Sunday, January 27, 2013

Muérete pronto

Para Socorro Sentíes de Gochicoa



Muérete. Estás atada a un purgatorio. Te lleva sin piedad de un silencio absoluto a gritos nocturnos. A veces, se detiene en algunas palabras que apenas puedes musitar. En tu impotencia, lloras profusamente. Tus gélidos ojos azules son ira y súplica.






Naciste con la muerte de tu madre. Veracruz, 1920. Tu padre rehusó conocerte.
Amaste el puerto. Solías decir " vámonos a desayunar a Veracruz " y convertías un fin de semana en un viaje excepcional, que también se extendía a Acapulco,
 Palenque, Tepotzotlán, Agua Azul. Le encontrabas belleza hasta a Toluca.

Te casaste con un ingeniero sin talento para los negocios. Lo seguiste a Salina Cruz   (otro puerto donde los nortes duraban hasta 40 días ) y donde los mares eran tan abundantes que hasta percebes crecían en las rocas.
En ese Bombay Oaxaqueño te serviste las primeras copas, empezaron francachelas de semanas.

Conociste a Aurora cuando su marido, el gobernador, inauguraba alguna cosa inútil. Era morena, con mejillas que se ruborizaban rápidamente.
Me gusta pensar que una tarde, entre vodkas y cigarros, se besaron, se encontraron, como lo hice años despúes ( oh puerta incauta ) con manos entrelazadas y senos abiertos.

La ruta inesperada de la pasión las llevó a mudarse a la Ciudad de México, un departamento minúsculo, cuatro hijos.
Entre trabajos imposibles, estudiaste sociología en la Unam. Entraste de burócrata a un banco en Tlatelolco. Al paso de los años, llegaste a una dirección.
Viviste intensamente las postrimerías de la ciudad en negación, fueron bares con mariachis, restoráns en la Guerrero y Polanco, seduciendo con tu intransigencia y don de gentes, ocasionando, sin quererlo, rencores infinitos en tus hijos.

Los fines de semana eran estruendos silenciosos. Desatabas, entre whiskys y botanas, tu desórden obsesivo-compulsivo matizado con mariposas, plantas,
cientos de frascos con colorines, una casa perfectamente ordenada de rutinas con animales limpísimos y amados. 
Te esperan en el inframundo ( como tantas veces me repetiste ) la Mirrus, quien te escogió como dueña, la jauría de Chihuahuas, el pastor alemán que llegó perdido y pese haber encontrado a su dueño, regresaba todas las tardes a verte.
Te esperan para ayudarte a cruzar el río los perros que rescataste, la garza con la pata rota a quien curaste en Tabasco, los cientos de canarios y la Señorita, esa lora malhumorada que rescataste de un nido abandonado en una carretera.

Un hermano tuyo llega al poder y te advierte " nada de parrandas ni locuras ".
Llegando al banco un lunes después de un fin de semana de tugurio en la entonces viva Zona Rosa, una compañera, sonriendo desde lejos, señala un periódico, te asustas por aquello de las lagunas mentales y te retiras a tu casa pensando tu hermano iba a degollarte.
El periódico hablaba de tí, pero no eran las razones que imaginaste.

Uno de los críticos más acérrimos del régimen, Mauricio González de la Garza, escribió un texto titulado " La Señora Gochicoa ", donde relataba,
"....Se presenta a diario a su trabajo sin carroza ni guaruras...."
"..... El hecho de ser abuela multitudinaria no le ha quitado belleza a sus movimientos. Siempre tiene una palabra amable y su trato es de un decoro generacional...."
".....Tantos y tantos puestos en el Distrito Federal donde podría ser jefa plenipotenciaria.....y para evitar lambisconería simplemente se hace llamar Socorro S de Gochicoa, por eso, cuando supe de ella, me alegré por el país..."

 Le tuviste pavor a la muerte, con todo y esas ganas de irte cuando murió tu hijo, tu compañera de vida por más de cuarenta años y, uno a uno, tus hermanos.
Quizás zurciste el olvido del que te acusaban , criando a los nietos, los del hijo muerto y los homosexuales.
Habías rehabilitado quien sabe cuál misterio, sin alcohol nos llevaste al filo del arpa, con afectos y odios bien delimitados.

La vejez te atacó sin piedad. El olvido empezó a desdibujarte, hasta convertirse en demencia.
En tus momentos de lucidez, peleaste el control de tu vida, una tarde de granizo, te sentaste en el sofá y te quedaste callada.
Ha pasado casi un año donde mi madre, en un sorprendente intermedio de egoísmo, ha estado junto a tí.
Esperamos te fueras pronto, que acabaras con esa grosera sonda en tu estómago, pero has vuelto a despertar.

Muérete. Acaso esperas leer otro libro, regar otra violeta, ir de nuevo a Perú.
Quizás sueñas caminar por Tecolutla y vernos correr entre cientos de cangrejos.
Tal vez deseas ir una vez más a la botica, al mercado que llamabas plaza,
aullarles a tus hijas su neurosis.
Acaso esperas curarnos la infelicidad, trastocarnos los sueños, volver a bañarte en el Golfo.
La vida ya se deshizo en tu manos pálidas, a punto de romperse.





















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